Crítica de Caja de resistencia (2024): reseña y opinión del documental

Caja de resistencia no es el documental que uno esperaría sobre Fernando Ruiz Vergara, del que cabría aguardar un repaso a Rocío y a todas las polémicas alrededor de la obra. De hecho, apenas se incluyen un par de declaraciones de los hijos de una de las víctimas de la represión, en las que comentan la injusticia del juicio al director. Más bien, estamos ante el testamento de un hombre creativo que tuvo mil ideas, pero al que el destino solo le permitió realizar una, convirtiéndose en la encarnación de uno de los mayores miedos de los cineastas noveles: que su ópera prima sea también la última. El filme rinde así justicia a los cientos de cineastas que solo tuvieron una oportunidad.

Este es un largometraje experimental que se compone de lo que podrían haber sido esos proyectos, todos con un marcado matiz social y rebelde, y de su persona, a través de fragmentos de entrevistas grabadas en el pasado y de las visitas de los directores en sus últimos días, ya retirado en una pequeña quinta en el campo.

El abanico de ideas va desde Otelo a presidente, un fallido mediometraje documental sobre la campaña del líder de la Revolución de los Claveles, que se presentó a las presidenciales de 1976 pero tuvo que abandonarse tras su fracaso electoral, hasta la exposición antes mencionada; Guadalquivir, una película sobre un hombre que reforma un barco en el puerto de Sevilla para vivir en él, embarcación que después sería utilizada en Las dos orillas de Juan Sebastián Bollaín, otro cineasta con el que Vergara participó en el Equipo de Cine Andaluz, un colectivo de cine andalucista. Y aunque Bollaín tuvo algo más de suerte que su compañero, firmando películas como Belmonte, también encadenó rifirrafes y fracasos —como Sevilla 2030 o La música callada— y, sobre todo, ha pasado a la posteridad por ser el tío de Icíar Bollaín.