Crítica de The Brutalist (2024): reseña y opinión de la película
Puntuación ✪ (4/5)
The Brutalist (El Brutalista en algunos países de habla hispana) es una producción dirigida por Brady Corbet, cineasta norteamericano conocido por su trabajo en cintas como La infancia de un dictador (2015) y Vox Lux (2018), además de una carrera interesante en el mundo de la actuación, donde destaca su trabajo en la cinta Funny Games (2007).
El estilo cinematográfico de Corbet se caracteriza por un acercamiento experimental a historias complejas, lo que le otorga un cariz distintivo e impredecible a sus producciones. Ya sea el drama histórico que se convierte en un thriller psicológico en La Infancia de un dictador o la sátira a la industria musical devenida en un relato faustiano que supone Vox Lux, tenemos a un artista de gran ambición e ideas provocativas.
En esta ocasión, hay que hablar sobre The Brutalist, la nueva cinta de Corbet que se erige como un drama épico de gran enjundia y ha disfrutado de un recorrido fenomenal en la temporada de premios, habida cuenta de los galardones obtenidos en los Globos de Oro y las diez nominaciones que disputa en los venideros Premios Oscar. Con este panorama de lo más halagueño, ¿Estamos ante una verdadera obra maestra?
Huyendo de la Europa de la posguerra, el visionario arquitecto László Toth (Adrien Brody) llega a Estados Unidos para reconstruir su vida, su obra y su matrimonio con su esposa Erzsébet (Felicity Jones) tras verse obligados a separarse durante la guerra a causa de los cambios de fronteras y regímenes.

Cartel de la cinta
Solo y en un nuevo país totalmente desconocido para él, László se establece en Pensilvania, donde el adinerado y prominente empresario industrial Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce) reconoce su talento para la arquitectura. Pero amasar poder y forjarse un legado tiene su precio.
Una producción grandilocuente en fondo y forma, The Brutalist destila un regusto a las epopeyas trascendentes del cine clásico pero aderezada con la particular impronta autoral de Corbet que aprovecha la oportunidad para tocar temas espinosos con una fuerte dosis de realismo y crudeza narrativa a medida que va desarrollando la historia de László, su fascinante personaje central interpretado de manera magistral por un impresionante Adrien Brody.
Y es que el intérprete norteamericano entrega otra actuación para la historia que rememora su oscarizado trabajo en El Pianista (2002) al encarnar a un personaje judío de gran talento que utiliza sus dones como método de resiliencia y superación personal luego de sobrevivir en un contexto marcado por la violencia y el dolor. En este caso, Brody se sumerge de lleno en la psique de László y exterioriza cada uno de sus matices con destreza emocional en un viaje que va desde la vulnerabilidad e incertidumbre del personaje en su llegada a Estados Unidos, pasando por la determinación y la esperanza de reunirse con su esposa y labrarse una buena reputación. Estos sentimientos cobran vida en un despliegue de registros que Brody contrapone con solidez junto a los rasgos más desafiantes de László como su adicción a las drogas. En suma, una labor encomiable que lo hace merecedor del premio a Mejor Actor en los Oscar. A cruzar los dedos.
Tráiler de The Brutalist (2024)
Como una excelente réplica a Brody, hay que mencionar la magnética interpretación de Felicity Jones en el rol de Erzsébet. La actriz británico hace su primera aparición en el segundo tramo de la historia y desde ese momento logra capturar la atención del espectador con la personalidad férrea que le aporta al personaje y el carisma natural que desborda en cada escena. Además, logra una química auténtica con Brody. En definitiva, un rol de gran intensidad emocional que Jones convierte en oro y con el que logró una merecida nominación en los Oscar como mejor actriz de reparto.
Por supuesto, también destaca la actuación de Guy Pearce como el siniestro Harrison Van Buren, un personaje de intenciones sospechosas que repele e intriga a partes iguales y confirma la capacidad de Pearce para encarnar personajes antagónicos que no dejan indiferente a nadie, como fue el caso de su rol en la infravalorada Brimstone (2016). Otros intérpretes como Alessandro Nivola y Ariane Labed hacen un buen trabajo en roles breves, mientras que Joe Alwyn marca el punto irregular del conjunto, con una actuación antagónica sobre caracterizada que no alcanza el nivel de lo ofrecido por Pearce.
De igual manera que la imponente arquitectura brutalista favorecida por László, el guión de The Brutalist ofrece un amplio abanico de capas y lecturas para ser descifradas por el espectador. Escrito por Corbet y Mona Fastvold, el entramado narrativo nos lleva en un viaje turbulento por los entresijos de la inmigración en Norteamérica que deconstruye el sueño americano de manera contundente. Desde sus primeros compases que siguen la llegada de László a Norteamérica, hay una sensación desoladora que sobrevuela la historia. La incertidumbre inherente a comenzar de nuevo en un lugar desconocido acompaña a nuestro protagonista en todo momento y se mantiene una vez que comienza a trabajar en el negocio de muebles de su primo. Este empleo lo lleva a un primer acercamiento con la influyente familia Van Buren en una renovación que no sale de acuerdo al plan y culmina con el despido injusto de László, dejándolo en una situación de pobreza. Aquí nos encontramos con el primer indicio de una sociedad despiadada que canibaliza las esperanzas de sus integrantes sin ninguna contemplación.
A medida que avanza la historia, se dan cita un gran número de altibajos para László desde un sorpresivo reencuentro con Van Buren que le da la oportunidad de su vida al encargarle la construcción de un ambicioso centro comunitario hasta la llegada de su esposa y su sobrina Zsófia a Norteamérica, para luego sortear grandes contratiempos y volver a caer en desgracia. La crítica social se hace cada vez más aguda, con un énfasis en cómo la voluntad de las clases influyentes llega a oprimir a los menos afortunados, lo cual queda muy bien ejemplificado en la dinámica entre László y Van Buren, una relación laboral que va adquiriendo tintes más oscuros con el paso del tiempo y llega a un punto devastador durante un viaje de negocios a las montañas italianas donde Harrison comete un acto de violencia brutal que marca una línea de no retorno y enfila en un rumbo tortuoso hacia la recta final, aunque se siente como un momento gratuito que pudo plantearse de otra forma. Por el camino, la adicción de nuestro protagonista se intensifica y la relación con su esposa se complica con nuevos giros que confirman el fracaso de una vida pacífica en «la tierra de la esperanza» para los personajes. El poderoso epílogo de la historia hace una retrospectiva de la obra de László y reconfigura su significado, creando un paralelismo entre su experiencia norteamericana y su turbio pasado en Hungría durante el Holocausto.

Así que tenemos un texto bien hilvanado que habla sobre la creación artística en tiempos oscuros y los distintos resultados que puede generar al punto de llegar a convertirse en un reflejo de nuestra psique colectiva, pero The Brutalist no es sólo eso, ya que también se erige como un estudio de personaje sólido que nos lleva a estar en las pieles de una mente brillante pero atormentada y una épica absorbente que rememora el retrato cruel y certero de Norteamérica en épocas pasadas visto en cintas como Érase una vez en América (1984) y El Padrino (1972).
No es un trabajo perfecto, ya que cuenta con algunos momentos valle donde la tensión narrativa se estanca y se hace difícil remontar, además del giro relacionado a Van Buren que no termina de encajar como debería pero Corbet y Fastvold aprueban con nota. Un resultado considerable.
Junto a László y su odisea agridulce, la fotografía de The Brutalist se convierte en otro elemento vital para su historia. El trabajo de Lol Crawley es sobresaliente, ya que nos transporta a la etapa de la posguerra a través de la VistaVision, un formato de imagen horizontal en 35 mm que posee una cualidad inmersiva y nos regala imágenes para el recuerdo, como la ya icónica secuencia inicial donde seguimos a nuestro protagonista en un largo plano de travelling alrededor de un barco que culmina con la Estatua de la Libertad vista desde un plano cenital que ejemplifica visualmente la metáfora del sueño americano roto. La arquitectura también cobra relevancia con grandes planos generales de las edificaciones de la ciudad que las hacen ver como estructuras inconmensurables que devoran todo a su alrededor.
El diseño de producción de Judy Becker es otra labor titánica donde los escenarios adquieren un importante valor simbólico y se convierten en un reflejo de las ambiciones de László. Desde la modesta casa de Attila hasta la lujosa mansión de los Van Buren, pasando por las espectaculares minas de marfil en Italia, este apartado es un sentido homenaje a la profesión de nuestro protagonista con inspiraciones claras en escuelas importantes como la Bauhaus y gran poderío metafórico. Para el recuerdo queda el centro comunitario cuyos pasillos oscuros y enclaustrados revelan su verdadero significado.
El vestuario de Kate Forbes presenta diseños acordes a la época retratada, donde destacan los vestidos de Erzsébet con sus llamativos tonos claros y la vibrante chaqueta naranja de Harrison. El departamento de maquillaje y peluquería también destaca con su plasmación de heridas y el paso del tiempo en las facciones de los personajes.
La música de Daniel Blumberg es una obra de arte en sí misma, con sus composiciones de tono experimental que combinan melodías inquietantes con una fanfarria inicial que va evolucionando a lo largo de la cinta hasta adquirir un estilo techno en el tramo final. El diseño sonoro se complementa de maravilla con el trabajo de Blumberg al introducir sonidos particulares como gritos y una máquina de coser de manera orgánica con las partituras y el diálogo de la cinta, formando un conjunto poliédrico. Es de aplaudir la propuesta de Corbet al sacar adelante una historia que roza las cuatro horas de duración con un intermedio a la usanza de grandes producciones como Lawrence de Arabia (1962) y Lo que el viento se llevó (1939) en una época dominada por las plataformas de streaming y el consumo rápido de contenido audiovisual.
En conclusión, The Brutalist es una obra titánica que a través de su historia ambiciosa, grandes interpretaciones y una espectacular puesta en escena logra recuperar la magia del cine épico de antaño, pero con un toque de modernidad añadido a la ecuación en la plasmación de sus reflexiones narrativas. No es perfecta y cuenta con algunos baches en su ritmo y tono, pero la experiencia es lo suficientemente hipnótica para suplir esas carencias y disfrutarla como se debe en una sala de cine.
Ficha técnica:
The Brutalist (2024)
- Estados Unidos
- Duración: 215 min.
- Dirección: Brady Corbet
- Guión: Brady Corbet, Mona Fastvold
- Música: Daniel Blumberg
- Dirección de fotografía: Lol Crawley
- Productora: Brookstreet Pictures Kaplan Morrison Distribuidora:Universal Pictures Focus Features
- Género: Drama. Épico
´Me faltó película y me sobraron largas escenas deshilvanadas. Ni la dirección ni el guión me convencieron: Más de tres horas de metraje para no contar bien lo fundamental ( el aspecto arquitectónico que da nombre a la película, y un mayor desarrollo del éxodo al inicio de la misma), y demorarse en aspectos superfluos dentro de la trama. La música a ratos, disparatada también: ¿ Música americana en la Italia interior de aquella época?. Adrian Brody, siendo uno de mis actores favoritos, está, como el resto del reparto, sobreactuado, lo que corrobora el fallo de Dirección, ya que los diálogos tampoco son entusiasmantes. Aburrida, en una palabra.