Crítica de Un año y un día (2025): reseña y opinión de la película

Volver (una vez más) al amor

Puntuación ⭐⭐✪✪✪ (2/5)

Crítica de Ana Jiménez Pita

«El enamorado que no olvida a veces, muere por exceso, fatiga y tensión de las memorias.”

(Roland Barthes)

¿Cuántas veces se puede volver al amor, al desamor y las segundas oportunidades? el cine, la poesía y el arte han demostrado que infinitas. En su primer largometraje, Un año y un día, Alejandro San Martín, explora la naturaleza del romance a través de juegos temporales, triángulos amorosos y desdoblamientos de la trama como forma de crear una mímesis entre la propia estructura de la película con la evolución de las relaciones románticas.

Con una estructura de cuatro capítulos, que resume la evolución del enamoramiento –siendo el primero Baila, enfatizando la pasión que desborda el flechazo–, Hugo (Luis Fernández) conoce a Sara (Nadia de Santiago) en el parque del Retiro, un 29 de febrero, coincidiendo con el cumpleaños de ella. “Nunca había conocido a nadie como tú” le dice Hugo, así se proyectan desde un inicio las expectativas de Hugo sobre el amor, cobrando la forma de algo sorprendente, único e irrepetible: el amor verdadero.

Y mientras pasa el tiempo, florece y se asienta el amor, también se congela el afecto. En vez de esperar a su amada, Hugo intentará recuperarla activamente, durante un año contratará a Nerea (Nicole Wallace) para que le enseñe a tocar el piano, pero en el proceso quizás recuerde qué significa estar enamorado.

Un año y un día critica opiniones

Cartel de la cinta

Un año y un día se sustenta en la repetición de escenas del inicio para luego enfatizar las diferencias entre la primera y segunda mitad de la película. De hecho, la repetición del motif de los años bisiestos, cuando Hugo conoce a Sara y el día que intentará recuperarla, recuerda inevitablemente al juego que establecía Rodrigo Sorogoyen en Los años nuevos (2024), quizás con más éxito este último no sólo beneficiado por la estructura serial, sino también porque era capaz de crear verdaderos espejos visuales que acercaban y separaban a sus personajes a lo largo de trama de la serie, emulando las idas y venidas del romance. San Martín también pretende de vez en cuando trasladar a las imágenes esta ausencia del amor, por ejemplo, pasando de un plano que abarca los dos personajes a uno solo de Sara con un movimiento de cámara cuando pronuncia la ruptura: “Creo que ya no estoy enamorada de ti”. La gran diferencia entre ambas es que la ausencia en Los años nuevos emula algo fantasmal, una verdadera falta en la imagen, San Martín mantiene la imagen estática haciendo uso de los mismos clichés visuales al inicio que al final de la película y que rozan la afectación más artificial, como el travelling circular durante el baile de Hugo y Sara mientras de fondo cambian las estaciones.

Tanto el baile como la música son fundamentales a un nivel narrativo y cada uno identifica en gran medida a ambos personajes femeninos. Sara cumplirá su sueño de abrir una escuela de danza y Nerea persigue el suyo de dedicarse profesionalmente a la música, pero como sus personajes, tanto el baile como el aprendizaje del piano, quedan reducidos a recursos narrativos para hacer crecer al personaje de Hugo.

Tráiler de Un año y un día (2025)

San Martín crea, además, estereotipos de sus personajes femeninos, con una Sara cercana a una Manic Pixie Dream Girl, con esas huidas incomprensibles que la identifican con aquella chica “diferente”, y una Nerea cuyo trauma y ansiedad es un pie de página en la memoria de Hugo. Los personajes permanecen así a distancia de sus espectadores, un problema que deriva en gran medida de sus interpretaciones. En ellas se reconoce una intención de efectismo dramático, pero cuyas voces temblorosas y silencios suenan siempre impostados, especialmente de un Luis Fernández cuya tonalidad de voz nunca varía esté hablando del abandono, de la muerte o del recuerdo del amor maternal.

A través de un final que resulta reminiscente de aquella escena final de La La Land (Damien Chazelle, 2016) en la que se atendía a las posibilidades del amor y el reenamoramiento, el clímax romántico de Un año y un día vuelve a ser reducido al cliché, a las transiciones, fundidos y sobreimpresiones de imágenes genéricas de lo que significa la felicidad y el romance. Donde existía una posibilidad de imaginar formas de reinterpretar el amor, el recuerdo y el desamor, se queda únicamente en eso, una posibilidad. No se deja arrastrar por la magia de la temporalidad, quedando el año bisiesto solo en un motivo más de la película, y termina por aislar aquellos recursos que aun resultado “azucarados” (el montaje de las estaciones o el uso de una especie de narrador omnisciente que le intenta ofrecer un aura de cuento, pero que acaba por quedar relegado a un uso marginal) podrían elevar la película al campo de lo etéreo.

Alejandro San Martin decide olvidarse de los gestos, los tiempos de espera, las miradas, la eternidad del romance, e incluso, los silencios. Arrebata el tiempo y el aire de las emociones, para rendirse a la constante sustitución. Todo plano, escena y secuencia de Un año y un día lleva consigo el deseo de satisfacer las más vastas expectativas emocionales, con una banda sonora que acaba resultando abrumadora –compuesta por Víctor Elías, que también actúa en la película–, y una construcción estética, en la composición y en el montaje, basada en el maximalismo. Al intentar abarcar la inmensidad del amor, Un año y un día recuerda su inabarcabilidad.

Ficha técnica:

Un año y un día (2025)

  • España
  • Duración: 107 min.
  • Dirección: Alejandro San Martín
  • Guion: Alejandro San Martín
  • Música: Víctor Elías y Jaime Vaquero
  • Dirección de fotografía: Óscar Montesinos
  • Productora: La Promesa Cinematografics Productions
  • Género: Romance y drama

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