Crítica de La trampa (2024): reseña y opinión de la película

¿Cómo podemos sentir empatía por un asesino, un monstruo? En el contraste de luz y oscuridad se encuentra el enigmático rostro de Josh Hartnett. Los primeros planos revelan su constante huida. Vemos cómo crea escenarios sorprendentes mientras intenta escapar de la trampa que le ha tendido Shyamalan. Es un hombre que ha asesinado a múltiples personas, pero también busca paz y felicidad en su relación con su hija. Al igual que Shyamalan, los horrores de no poder ser un buen padre se reflejan en las acciones de Cooper, desesperado por hacer al menos una cosa bien en su vida: brindarle una gran noche a su hija. En su intento de escapar, busca con urgencia hacerla feliz, porque eso es lo que cualquier buen padre desearía, a pesar de tener demonios por dentro. Los demonios de Cooper son injustificables. De hecho, en un punto cuestiona sus acciones, como un esclavo de la maldad y de un terrible pasado con su madre, quien aparece en alucinaciones dentro de la cinta.

La ira, a veces incontrolable, de un padre se desarrolla de manera exquisita en el último acto. Una conversación culminante en su tercer acto, marcada por esos diálogos tan bizarros y cuestionables que caracterizan a Shyamalan, funciona dentro de la trampa en la que ya estamos atrapados. Desde el principio, a Shyamalan no le importan las ridículas formas que usa Cooper para escapar del concierto, sino cómo librarse de sus miedos y demonios para ser un buen padre.

En el rostro de Hartnett, hay una mirada que evoca la icónica interpretación de Anthony Perkins como Norman Bates en Psicosis de Alfred Hitchcock. Es un hombre tímido que también comete crímenes bajo la influencia de una figura materna. Shyamalan, al igual que Hitchcock, explora la complejidad psicológica de sus personajes y el impacto de sus pasiones ocultas. Ambos directores son conocidos por sus giros argumentales. Este homenaje también crea una especie de simpatía hacia el sádico protagonista, quien, como Shyamalan, siempre busca una forma de apoyar a sus hijos, ya sea como productor de Los Vigilantes (2024), dirigida por Ishana Night Shyamalan, o dándole un papel a su hija artista.

La redención, para Cooper, es un objetivo inalcanzable, una sombra que lo persigue constantemente. Sin embargo, el amor paternal se convierte en un faro de luz, iluminando un camino hacia la posible redención. Al igual que en Señales o Tiempo, Shyamalan nos muestra que, aunque el pasado es una trampa que nos condiciona, el amor puede ofrecer una vía de escape, aunque sea momentánea, del dolor y la culpa.