Ryan O'Neal ¿Nos ha dejado?
Alberto Abuín – 19/12/2023
Cada vez que fallece alguien cuya vida ha estado dedicada mayormente al arte, en este caso el cine, siempre me acuerdo de la anécdota del funeral de Ernst Lubitsch. Cuentan las crónicas que Billy Wilder, el alumno más aventajado del director de El diablo dijo no (Heaven Can Wait, 1943), exclamó tristemente entre amigos de profesión: “No más Lubitsch”, a lo que William Wyler respondió: “Peor que eso. No más películas de Lubitsch”.
De ahí se puede deducir, o a mí me gusta pensarlo así, que Lubitsch en cierto modo seguía vivo en sus películas. Si un director de cine pone parte de su personalidad, de su forma de ver las cosas, entonces Lubitsch seguiría haciendo reír, o llorar, y enseñando a todo el mundo un trozo de su ser. Seguiría vivo en cada visionado por parte de cualquiera de cada una de sus películas.
Ryan O’Neal
El actor Ryan O’Neal, de ascendencia irlandesa y nacido en Los Ángeles, falleció el pasado 8 de diciembre a los 82 años de edad. Pero Ryan O’Neal, en cierto modo, sigue vivo. Sigue siendo el más talentoso conductor de coches, en la magistral The Driver (Walter Hill, 1978); aún podemos verle afirmar con tristeza que amar significa no tener que decir nunca lo siento, en Love Story (íd., Arthur Hiller, 1970), el mayor éxito de su carrera y la única nominación, a mejor actor principal, en los conocidos premios que el todopoderoso mundo del Cine estadounidense se da a sí mismo.
Aún sigue cabalgando junto a William Holden en el western de Blake Edwards Dos hombres contra el oeste (‘Wild Rovers’, 1971); sigue robando junto a Jacqueline Bisset en El ladrón que vino a cenar (‘The Thief Who Came to Dinner, Bud Yorkin, 1973); forma junto a su hija Tatum el mejor equipo de timadores durante la Gran Depresión en la deliciosa Luna de papel (‘Paper Moon’, 1973) de su buen amigo Peter Bogdanovich, para quien también es, en la nostálgica Así empezó Hollywood (‘Nickolodeon’, 1976), ese director de cine que afirma ser muy bueno sin cámara, película y actores o pregunta quién es Griffith; sigue emparejándose con John Hurt en lo que a ratos parece una parodia de A la caza (‘Cruising’, William Friedkin, 1980), la floja pero curiosa Algo más que colegas (‘Partners’, James Burrows, 1982).
Fue precisamente el gran éxito del film de Arthur Hiller, al lado de Ali MacGraw, lo que colocó a Ryan O’Neal en primera línea convirtiéndose al poco en nada menos que el segundo actor más taquillero en la década de los setenta, por detrás de Clint Eastwood, puesto que alcanzó en 1972 tras hacer reír ese mismo año al público en la desternillante ¿Qué me pasa Doctor? (‘What’s Up Doc?’), donde nos recuerda bastante al Cary Grant de La fiera de mi niña (‘Bringing Up Baby’, Howard Hawks, 1938) de la que el film de Bogdanovich es prácticamente un remake.
Su compañera en el film, Barbra Streisand, volvería a unirse al actor a finales de los setenta en la también exitosa Combate de fondo (‘The Main Event’, Howard Zieff, 1979). Dos años antes su nombre figuraba al lado de un montón de conocidos veteranos en una de las películas con uno de los repartos más espectaculares, nunca mejor dicho, jamás vistos, Un puente lejano (‘A Bridge too Far’, Richard Attenborough, 1977).
Fue (es) Ryan O’Neal una clase de actor que lo da todo cuando está dirigido. Así lo demostró en Barry Lyndon (íd., Stanley Kubrick, 1976), a la que llegó por su condición de estrella muy taquillera. Los productores del film exigieron a Kubrick que su película —la consecuencia de su ansiada NAPOLEÓN— debería estar protagonizada por uno de los diez intérpretes más taquilleros de la década. El director de ‘2001’ tuvo que elegir entre él y Robert Redford, decantándose por el segundo. O’Neal tuvo la suerte de que Redford rechazó el papel, y se puso a las órdenes de Kubrick, quien, y según el propio actor, logró arrancar de él lo que mejor podía dar como actor. Y así es. El rostro de O’Neal está aprovechado hasta lo impensable en la película, la historia de un arribista social con cara de inocente pero escondiendo un sutil y temible lado oscuro. Sin lugar a dudas la mejor interpretación del actor.
Ya en la era de Internet Ryan O’Neal fue un meme gracias a una terrible línea de diálogo en Los hombres duros no bailan (‘Tough Guys don’t Dance, Norman Mailer, 1987), probablemente su interpretación más extraña, con cara de estar tan perdido como el propio espectador. El film no es, ni mucho menos, tan malo como esa secuencia parece hacer ver.
En la vida real amó a Farraw Fawcett, el ángel de Charlie más popular, pero como diría el poeta, eso es un brindis privado que pertenece única y exclusivamente a los amantes.