Pasión florida
Una lectura entre El Ladrón de Orquídeas y Adaptation. Por el deseo que nos subleva
En Pura Pasión de Annie Ernaux somos testigos por unas breves páginas de la vida de una mujer siendo completa y totalmente devorada por una relación a escondidas con un hombre casado. A pesar de la constante irracionalidad en sus actos, atribuida a la potencia del deseo, sus palabras despliegan fragmentos inolvidablemente lúcidos sobre lo vital que puede llegar a ser someterse a una pasión que consuma en cuerpo, alma y todo lo demás. En un apartado descriptivo sobre la relación entre él y ella, nos dice lo siguiente: “Él me obsequia con su deseo”, para luego enunciar llegando a las líneas finales: “Sin que él lo sospeche, me ha ligado más al mundo”.
Entre estos pensamientos se logra construir un abismo regido por el impulso absorbente de un placer intenso. El último párrafo del libro puede leerse como una maldición o como algo por lo que rezaríamos para que nos suceda, sin puntos medios: “Cuando era niña, para mí el lujo eran los abrigos de pieles, los vestidos de noche y las mansiones a orillas del mar. Más adelante, creí que consistía en llevar una vida de intelectual. Ahora me parece que consiste también en poder vivir una pasión por un hombre o una mujer.” Me atrevo a plantear que si se busca lo común a las muchas maneras posibles de ser atravesado por una pasión podría decirse que la descripción que se repite es la de lo fulgurante. Dime qué pasión te consume y te diré quien eres.
Susan Orlean publica desde 1982 y sus historias pueden leerse en el New Yorker, Vogue, Rolling Stone, entre otras. Mi interés hoy se centra en una de las mejores crónicas jamás escritas: El ladrón de orquídeas. Muchas cosas pueden decirse al respecto de este libro de 1998 pero una afirmación que cualquier lector que navegó por sus páginas podría compartir es que definitivamente no habrá manera de no evocarlo cuando se piensa en una de estas flores. Anclar una narración a un concepto existente en la naturaleza, y hacerlo de esta forma, es realmente un logro increíble. Al menos en mi cabeza, se que por el resto de mis días las palabras orquídea y Susan se presentarán siempre juntas.
A través de la crónica, se nos lleva a conocer la personalidad de John Laroche, un ecléctico sujeto entregado en vida y acto a sus pasiones (manías) temporales, las cuales oscilaron entre tortugas, fósiles, piedras, espejos y otras. La peculiar obsesión de John por una especie conocida como la orquídea fantasma lo llevó a un enfrentamiento con el estado de Florida por el robo de especies silvestres dentro de territorio indígena, más precisamente de la tribu Fakahatchee. Este plan contaba con una dimensión bien larocheana: desplegar actos ilegales e individualistas por un lado pero que en su justificación se postulaban como la respuesta altruista para un problema real, en este caso de la clonación y la reproducción de esta especie vegetal.
Cada vez más y más dentro del pantano floridano, la narración, si bien profundiza en los vínculos alrededor de las orquídeas y ese fascinante ecosistema que parece un estado autónomo frente al resto de la vida cotidiana, se va desacoplando de la historia y comenzamos a tener un vistazo detrás de ese impulso casi destructivo que es la propia escritura. La pulsión indagatoria que recorre el paso previo en cada acto de investigación y pesquisa detectivesca de nuestra autora nos plantea ir más allá del qué y organizarnos en el cómo. Podemos intuir que responder esto es mucho más difícil que la mera descripción de escenarios y situaciones, por lo que las impresiones de Susan revelan una complejidad que puede pasar desapercibida a la mirada uniforme a la que solemos someter cualquier enumeración de hechos frente a nuestros ojos.
Susan Orlean
Son sus reflexiones al interior del discurrir mental lo que hace de lo escrito una obra de arte:
“Yo deseaba amar algo tanto como aquella gente amaba las plantas, pero no va con mi carácter. Creo que la gente de mi edad se siente incómoda con los excesos de entusiasmo y cree que volcar una pasión excesiva en algo es una ingenuidad. Creo que la pasión que yo tengo no me incomoda en absoluto: Quiero saber qué se siente cuando algo te apasiona tanto.”
Leila Guerriero, entusiasta de la obra de Orlean, organiza muchas palabras de una manera bellísimamente puntiaguda sobre esto. Zona de Obras es la reunión de columnas, conferencias y ensayos en torno a ese acto tan profundamente misterioso de leer y de escribir, no sin dolor ni vértigo. En este libro, Leila nos dice:
“Hay, con la escritura, un equívoco inexplicable: la idea de que es –o debería ser– una experiencia fabulosa. Quizás porque las herramientas para hacerlo –las palabras– están más o menos al alcance de todos, escribir parece mucho más fácil que tocar la trompeta.”
De la prosa de Susan jamás podría decirse que es petulante, sin embargo a través de grietas áureas se va permeando una intencionalidad deseante más honda y espesa, similar a los lodazales que nos describirá en varias oportunidades.
El deseo puede ser entendido como movimiento constante, un empuje perpetuo hacia una promesa desconocida con la esperanza de ser la calma para una insatisfacción. Si queremos meter en la ecuación la cuestión por la felicidad terminamos citando a Hobbes y su definición de esta como el proceso sin fin de satisfacción de deseos:
«El éxito continuo en la obtención de aquellas cosas que un hombre desea de tiempo en tiempo, es decir, su continuo prosperar es lo que los hombres llaman felicidad”.
Al menos en este sentido Hobbes y el psicoanálisis tienen un punto de contacto, pero rápidamente se alejan teniendo en cuenta que en el psicoanálisis lo que parece persistir de fondo es el anhelo secreto de que la consecución de lo deseado se presente revigorizadamente cada vez como el objeto definitivo con el que el movimiento constante se detendrá para siempre. Anhelo truncado, vale agregar.
La voluntad inquisitiva de Orlean traspasa el objeto deseado y se posiciona frente a la pregunta misma por este. A través de una descripción en la que se asoman tintazos de humanidad logra cristalizar un estado de cosas que al organizarse se refieren a otra, no presente pero tampoco ausente. Acá un ejemplo:
“La Inmensidad del mundo me hacía sentirme profundamente sola. El mundo es tan enorme que la gente se pierde en él. Existen demasiadas ideas, personas y cosas, existen demasiadas direcciones a las que ir. Empezaba a creer que la importancia de apasionarse por algo radica en que la pasión reduce el mundo a unas dimensiones más manejables.
Hace que el mundo no parezca tan enorme y vacío, sino un lugar lleno de posibilidades. Si yo hubiera sido un buscador de orquídeas, aquel espacio no me habría parecido un lugar vacío y desolador. Creo que lo hubiera visto como hectáreas y hectáreas de oportunidades esperando a que yo descubriese en ellas las cosas que amo.”
El poder de enunciar preguntas cuyas respuestas signifiquen mucho más que lo que creíamos que referían es tan solo una de las muchas formas de entender a la pluma de nuestra autora. ¿Cómo explicar el motor detrás de las motivaciones de tal cantidad de sujetos orientando su vida a pasiones tan frugales que, al ser descriptas, componen un paisaje casi bizarro de costumbres, vínculos y motivaciones? Para expandir este punto tenemos que hablar de Adaptation (2002, dirigida por Spike Jonze).
Decir que esta película es una adaptación del libro de Susan Orlean sería un chiste, pero no una mentira. Es una divertida y profunda metahistoria sobre un guionista llamado Charlie Kaufman intentando adaptar El ladrón de Orquídeas a la gran pantalla. El elemento que da el giro al interior de la película es que justamente su guionista es el mismísimo Charlie Kaufman, y así irá yendo y viniendo entre clichés y sus rupturas al reconocerlos.
Seco de ideas, sin motivaciones y paralizado por el avance constante sin objeto al que avanzar, nuestro protagonista irá a un seminario de esos que él mismo se encarga de defenestrar por la cantidad de estereotipos que representa y de los que le gustaría desentenderse pero sufre al no saber como hacerlo. Esto realmente establece el genio cómico del “verdadero” Kaufman, al que si bien puede retrucársele, como al ver una obra de arte posmoderna, que eso podría haberlo hecho cualquiera, la realidad es que nosotros no lo hicimos.
Robert McKee, el guionista a cargo del seminario, plantea a los gritos lo siguiente: “You can not have a protagonist without desire, it doesn’t make any sense!” (No puedes tener un protagonista sin deseos, ¡no tiene sentido!), y luego tendrá lugar una de mis escenas favoritas en mi humilde vida viendo películas. Charlie le pregunta a este guionista, un Brian Cox inolvidable, qué pasaría si un escritor está intentando crear una historia donde no pasa demasiado, las personas no cambian, no tienen epifanías, están frustradas y nada se resuelve, un reflejo del mundo real. McKee dará una respuesta que desde los quince años me persigue:
“¿El maldito mundo real? Primero que nada, escribí un guión sin conflicto o crisis y vas aburrir a tu audiencia. Segundo, ¿nada pasa en el mundo? Estás mal de la cabeza. Personas son asesinadas todos los días. Existen genocidios, guerras, corrupción. Cada maldito día alguien en el mundo sacrifica su vida para salvar a alguien más. Cada maldito día alguien toma una decisión consciente para destruir a alguien. La gente encuentra el amor, otros lo pierden.
¡Por Dios! ¡Un niño mira a su madre ser golpeada a muerte en los escalones de una iglesia! Alguien tiene hambre, alguien traiciona a su mejor amigo por una mujer. Si no podés encontrar cosas así en la vida, entonces, amigo mío, no sabes una mierda sobre la vida. ¿Y por qué mierda vas a hacerme perder dos preciosos horas de mi vida con tu película? ¡No tengo ningún interés en eso!”.
La energía para salir a cada día, levantarse, avanzar y continuar, ¿de dónde proviene? ¿cómo se mantiene? En Sublevaciones, Didi Huberman nos plantea que “nuestros deseos necesitan la fuerza de nuestros recuerdos, a condición de darles una forma, la que no olvida de dónde viene y que, gracias a eso, es capaz de reinventar todas las formas posibles”. El poder de los gestos cotidianos, de cada acción por tomar se presenta como una oportunidad a nuestra disposición para con nosotros y el mundo. Pensar en esto es tomarse seriamente el peso de la imagen nietzscheana del eterno retorno, no para que se vuelva en nuestra contra y sintamos el agobio de tener que revivir también nuestras frustraciones y miserias diarias, sino para alzar en movimiento algo de nosotros y nuestra verdad cuando se nos presente (o hagamos presente) la ocasión.
Nicolas Cage y Meryl Streep
Muchas veces en la historia de los grandes acontecimientos fueron actos individuales ocurridos a, y llevados a cabo por, sujetos comunes los que funcionaron como el chispazo capaz de encender la pólvora distribuida entre el cuerpo social. Desde Rosa Parks en Estados Unidos no cediendo su asiento de colectivo, pasando por madres caminando alrededor de Plaza de Mayo en Argentina, hasta saltar el molinete del transporte en Chile, la potencia de un acto concreto puede ser el material para imaginar un escenario que aún no existía. Un poco de esto también se presenta en el poema de Jorge Luis Borges, Los Justos, que dice así:
Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre como placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un
silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez
no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de
cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.
El peso de las preguntas por la fuerza de lo extraordinario en lo mundano es lo que por ejemplo, empuja a Susan Orlean a ingresar en el movimiento fluido de las fuerzas que impulsan los actos. Y aunque en este caso el eje sean las orquídeas, las posibilidades que se configuran proponen ordenar la vida de una manera distinta a través de las pasiones. Nuestra autora experimentará un poco de esto hacia el final de la narración, ya que así como Laroche fue capaz de poner en riesgo su vida y su libertad a través del robo de especies, ella pondrá su vida en manos de él para emprender la búsqueda de aquella especie tan ausente y misteriosa: la orquídea fantasma.
En la aventura por el pantano, que comienza como cualquier otra pero luego será un manantial de desesperación, Susan ingresa en lo que Georges Bataille describió como juego. Sobre este concepto, tenemos dos categorías: por un lado, la de juego menor, inserto dentro del mundo del trabajo y no discordante con lo útil, y por otro, un juego mayor, que sería una revuelta plena, no subordinada a un fin y que pone en juego la propia vida. Esta clase de juego no tiene ni motivos y se aleja de la lógica de la producción y la utilidad. En palabras del autor, “incesantemente se le impone al humano la necesidad de elegir entre jugar con el mundo y la vida y desafiar a la muerte, o bien someterse al mundo del trabajo, y considerar a éste y a la muerte como serios” 1. Entonces las opciones son: refugiarse en la sumisión o jugar y sublevarse.
A lo largo del libro vemos varios aspectos de esto, podemos pensar en juegos mayores al leer las historias de los viajeros europeos por Sudamérica arriesgando sus vidas como soberanos fluyendo a través de la pasión elegida, o ejemplos de juegos menores en sus patrones, manipulando las piezas del mercado desde la comodidad de un escritorio y un cuaderno de notas. Vemos a mercaderes, dueños de viveros, especialistas en botánica, pasando sus días en el mundo como se lo construyeron alrededor de las flores, exposiciones y laboratorios. Tenemos al propio Laroche, un caso imposible de catalogar, viviendo entre sus pasiones temporales, ya ahora con la intuición de que el acertijo que conforma su existencia no era tan brillante después de todo.
El final es una muestra tan sutil como poderosa de los límites de la pasión. Totalmente perdida en el pantano, Susan llega al borde que separa al juego menor del mayor. A través de su narración somos testigos del pasaje de uno a otro. Las últimas páginas están cargadas de angustia e impaciencia por la idea de tener que pasar la noche que comienza a caer en esa tierra compuesta por vaya a saber uno qué, en la que lo que sí se sabe no trae ninguna tranquilidad.
Sólo al escribir estas palabras pude dejar de ver al final como una escena frustrada, sin éxtasis y emoción estándar de la que esperaba el coherente escenario en el que se hallaba la tan mencionada flor y Orlean nos regalaba descripciones suntuosas sobre como todo el viaje había valido la pena. Pero no, Laroche no pude mostrarle lo que le había asegurado que iban a encontrar, el reloj de sol no funcionó y tras pensamientos cargados de zozobra a través de todo lo vivido, la autora resuelve caminar y sólo seguir caminando. Que la crónica finalice en el momento en el que logra dar la mirada para con un parachoques lejano, anunciando el encuentro de un posible camino hacía lo conocido, es increíble. El esquema batailleano reacondiciona lo leído y al menos en mi caso, permite sondear un poco la profundidad que encarna.
En este sentido Adaptation, parece aprovechar las facilidades otorgadas por la ficción e ir más allá de lo que sucede en el libro, claramente los últimos minutos son intensos y despliegan secuencias de acción y hasta unas muertes. Aunque en realidad el final del metraje, no por escandaloso deja de ser impotente y estéril. Por un lado, al igual que el libro, Susan es portadora de un deseo fulgurante que la llevará a situaciones borders, en el caso del metraje desarrollará una aventura sexoafectiva intensa con Laroche y junto a él una adicción a una sustancia presente en las flores. Rompe así con la vida intelectual y familiar que se construyó a sí misma. Por otro lado, en el momento en el que llega al límite, ese punto entre juego menor y mayor podríamos decir, se posiciona en retirada. Cuando se enfrenta a la mirada del Otro y ve confrontado su deseo (el affaire y la adicción claramente eran vicios privados) no se aboca a este sino que, dominada por la desesperación, ve en el asesinato de sus testigos un intento por desresponsabilizarse de sus actos. Entonces, si bien contamos con drama, acción y alboroto en Adaptation, el verdadero final que “se la juega”, en sentido mayor, está en El ladrón de orquídeas.
Por último, en La religión surrealista, Bataille se pregunta: ¿Cómo podría tener lugar la revuelta mientras dos seres están profundamente separados por el interés personal que existe en cada uno de ellos? Me sincero y respondo que al comenzar a cranear este artículo no creía que existiese una revuelta en la crónica de Susan y que en realidad era la coincidencia de sujetos a partir de un determinado interés personal. No podía culparlos, claro, las orquídeas son realmente hermosas. Pero ahora ya no pienso así, algo distinto sucedió en los pantanos de Florida, aquello que tal vez solo pueda saberse si se tiene el atrevimiento de jugar de verdad.
De todas maneras, y para cerrar, no sé como justificaremos al resto de confluencias humanas a partir de intereses personales. Si es el deseo lo que nos subleva, es posible que debamos volver a intentar desear lo imposible y ver qué pasa. Volviendo al principio, creo que Annie Ernaux hace muy bien al temerle al deseo menguado.
1 Bataille, Georges, “El arte, ejercicio de crueldad, “¿Estamos aquí para jugar o para ser serios?” y “El soberano”, en: La felicidad, el erotismo y la literatura. Ensayos 1944-1961, trad. Silvio Mattoni, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 1ª ed., 2ª reimpresión, 2008