Resumen de la Berlinale 2024

Las calles de Berlín se han llenado estos últimos días de centenares de acreditados corriendo de un lado para otro, del Berlinale Palast a las salas de los Cinemaxx, del Gropius Bau -una especie de zoco en los que compradores y vendedores de películas intentan aprovecharse los unos de los otros- a la Akademie der Künste. Plumillas, trabajadores de la industria, estrellas de cine y de televisión entregados durante más de diez días -el festival empezó la noche del 15, pero el mercado arrancó con proyecciones un día antes- al visionado bulímico de películas.

Berlinale 2024

Este sábado se conocerá el palmarés de la 74 edición de la Berlinale, un festival que intenta sobrevivir a la macrocefalia de Cannes, que lo absorbe todo y que, en un mercado cada vez más competitivo, fagocita lo más puntero del cine de autor. También es verdad que el certamen francés lleva consigo una máquina bien engrasada de marketing, alfombras rojas taconeadas por las modelos y las influencers preferidas de las marcas y de lujo playero con los yates apostados junto a La Croissette. A nivel de imagen, es difícil que la grisura densa del Muro pueda competir con la ligereza hedonista de la Costa Azul.

Termina una edición irregular, en la que ningún título ha destacado claramente por encima de otro. Si el año pasado Past Lives, la ópera prima de Celine Song, arrastró el ruido de su estreno en Sundance, que ha culminado en dos nominaciones a los Oscar, este 2024 queda huérfano de un fenómeno tempranero. De Sundance también llega A Different Man, una de las películas que A24 ha colado también en Competición de Berlín.

Dirigida y escrita por Aaron Schimberg, rodada en un espectacular 16mm y con Adam Pearson -el actor de Under The Skin, 2013, que sufre neurofibromatosis-, Renate Reinsve –La peor persona del mundo, 2021- y Sebastian Stan -la saga del Capitán América– como protagonistas. A Different Man recupera la vibración de esa comedia judía inteligente, incómoda y desconcertante de los noventa, una comedia que muta en diferentes géneros y que resulta fresca, ambiciosa y marciana.

La cuestión de la identidad indisociable -o no- de un rostro, de un cuerpo no sólo se ha tocado en este film, sino que también ha sido el hilo central de la última propuesta del italiano Piero Messina, Another End, protagonizada por Gael García Bernal, Bérenice Béjo y, de nuevo, Renate Reinsve, un rostro que se ha multiplicado en las pantallas de la Berlinale entre los títulos en competición y las promociones de los proyectos que llegarán en los próximos meses.

El cine europeo está de moda desde que el cine de estudio estadounidense fuese secuestrado por las grandes sagas superheroicas y rostros como el de Reinsve, Sandra Hüller – La zona de interés, Anatomía de una caída– o Alma Pöysti han conseguido trascender los muros lingüísticos y estéticos del starsystem hollywoodiense y colarse en los grandes premios.

Volviendo a la propuesta de Messina, un drama romántico envuelto en un forro de ciencia ficción, sin embargo, no consigue llegar al nivel de sus ambiciones. Ni García Bernal resulta creíble ni la ciencia ficción que propone -aunque de un realismo de un supuesto presente- consigue sacudirse la impresión de una factura pobre y demasiado rica en convenciones.

Another End en la Berlinale

Gael García Bernal en Another End

Una de las grandes sorpresas de la Berlinale ha sido The Devil’s Bath, una propuesta híbrida entre el drama histórico y el terror psicológico producida por Ulrich Seidl y codirigida y coescrita por los austríacos Veronika Franz y Severin Fiala.

Ambientada en la Austria rural de finales del siglo XVIII, la película parte del matrimonio de una mujer joven (increíblemente expresiva Anja Plaschg en su segundo papel como actriz; ella es la vocalista del grupo experimental Soap&Skin) empujada a un matrimonio insatisfactorio en un pueblo que no es el suyo. La represión y la depresión, como una cadena que pasa de mujer a mujer a través de la religión y la costumbre -los ritos y las rutinas están muy fielmente documentados y exquisitamente rodados- acaban sumiendo a la protagonista en “la bañera del diablo”, el apelativo romántico de las ganas de dejar de vivir. Que una propuesta rayana con el terror haya llegado a la Competición de la Berlinale es una anomalía. Que ganase esta noche un premio sería un hito.

Esta edición también ha habido dos propuestas a seguir en la carrera de los Oscar -sí, no se han entregado los de 2023 y ya estamos pensando en los de 2024- en la categoría documental: Dahomey, de la francosenegalesa Mati Diop, y Architecton, del ruso Victor Kossakovsky. Dos propuestas muy diferentes pero que demuestran la ambición experimental del género.

El de Diop -uno de los que más suenan como posible Oso de Oro, ya que la presidenta del jurado es Lupita Nyong’o- abre con una imagen muy elocuente de la cultura francesa: la manta de un mantero que vende réplicas de la Torre Eiffel adornadas por luces de colores.

Esa imagen de apertura nos sirve para reflexionar sobre los símbolos identitarios de un país, para rápidamente entroncar con la cuestión central de la película: la devolución por parte de Francia a Benín de 26 piezas del tesoro real sustraído a finales del siglo XIX.

Con la voz en off en primera persona de una de las estatuas devueltas, Diop reflexiona sobre el colonialismo y sobre la importancia del poder aglutinador y movilizador de los símbolos, de la recuperación de la autoestima, de la creación de un discurso propio desligado de la visión colonialista francesa y de lo inocuo de los gestos cuando sirven tan sólo para limpiar conciencias.

Mati Diop

Mati Diop

El de Kossakovsky, por su parte, es un documental aparentemente más frío, pero de una capacidad visual arrebatadora. Jamás hubiese creído poder emocionarme con la imagen de unas piedras siendo trituradas en una cantera al ritmo de la música. Imágenes de explosiones, de derrumbes, de edificios destrozados por la guerra, por los terremotos, desplazamientos de tierra convertidos en imágenes galácticas y la vuelta a algo primigenio, atávico, a los materiales nobles, a la piedra, a la pura esencia de la civilización. Porque, ¿cuándo nacen las culturas? Cuando se asientan, cuando construyen una casa. Y ¿cuál fue el nacimiento de la arquitectura? El día que a alguien se le ocurrió colocar una piedra sobre otra. Luego llegó el hormigón y el ser humano perdió el contacto con sus ancestros.

También ha concurrido en la sección oficial Black Tea, el regreso del director mauritano-maliense Abderrahmane Sissako diez años después de Timbuktú, una historia multicultural y delicada, pausada e intencionadamente derivativa, preciosa en la confluencia de las culturas china y africana en Chocolate City, un barrio habitado por africanos en la ciudad china de Guangzhou.

Polarizantes han sido también las propuestas de Alonso Ruizpalacios La cocina-, un frenesí también multicultural sobre la inmigración, la identidad y el vampirismo de Estados Unidos a los trabajadores extranjeros, y Pepe, del colombiano Nelson Carlo de los Santos Arias, protagonizado por el hipopótamo de Pablo Escobar.

Habrá que esperar todavía unas horas para saber quién se impone en una Berlinale a la que le ha faltado un poquito más de gas.

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