El neurothriller: un nuevo género cinematográfico que no conocías

Autor: Juan Pablo Bargueño (@ratacablona)

El cine y la neurociencia se unen en la concepción del thriller contemporáneo

La sala está en silencio. Aquel rayo de luz que se posa sobre el blanco tiene hipnotizado a los que observan. Allí, al frente, el acero del cuchillo se alza y cae, cortando la carne. Algunos ya no se sienten tan cómodos en la butaca: uno se tapa la vista con una mano, otro deja escapar un grito, una pareja sale de la sala, otros observan boquiabiertos el espectáculo. El cine vive de la manipulación. Ya no hablamos de ideología, como establecen los postulados de Walter Benjamin, Theodor Adorno y Max Horkheimer, sino de emociones —aunque ambas estén relacionadas—.

En el cine, posiblemente, el género que más juega con las emociones del espectador es el thriller. Por su puesto, todos sus elementos narrativos, como la intriga, el temor, la ansiedad y demás, fueron perfeccionados por el maestro del suspense, Alfred Hitchcock. Al igual que podemos hablar de un antes y un después en la literatura con la obra de Miguel de Cervantes, podemos hablar de un antes y un después en el arte del cine con la filmografía de Hitchcock. Sin embargo, con la llegada de los medios digitales y la evolución del medio cinematográfico, ¿podemos afirmar que el uso del suspense en thriller clásico hitchcockiano es el mismo al del thriller contemporáneo?

neurothriller pelicula biutiful
Biutiful (2010)

Esto mismo se pregunta Patricia Pisters, profesora de estudios audiovisuales en la Universidad de Ámsterdam, en un artículo para Aeon. Pisters encuentra una diferencia fundamental en el thriller clásico y el contemporáneo: la narrativa. Mientras que en el thriller clásico el suspense se manifiesta a través de elementos puramente narrativos, en el thriller contemporáneo se produce una conexión muy diferente con la dimensión afectiva del espectador por medio del mundo emocional subjetivo de los protagonistas. Este efecto provocado por la conexión de emociones primordiales entre el protagonista y el espectador es considerado por Pisters como un nuevo género al que ha nombrado “neurothriller”.

La neurociencia tiene la explicación

La rama de la neurociencia que estudia la dimensión afectiva del cerebro distingue entre ‘emociones’ y ‘sentimientos’. Las emociones se presentan como respuestas inconscientes reflejadas físicamente en el cuerpo: gestos de la cara, movimientos de manos, un vacío en el estómago, etc. Por otro lado, los sentimientos apelan a la interpretación y asociación —normalmente a recuerdos— de estas emociones. Lo que hace tan potente al neurothriller es la capacidad de discurrir de forma ambigua entre las emociones y los sentimientos.

Un pequeño vistazo al thriller clásico es suficiente para observar sus trucajes narrativos. Sería imposible negar que el thriller clásico es incapaz de estimular las emociones y los sentimientos. No obstante, como señala Pisters, en estas películas existe una centralidad narrativa en la que se marca una clara separación entre el espectador y el sujeto de la acción y su mundo subjetivo, pues el espectador tiene más información y parte con ventaja —la famosa bomba bajo la mesa de la que hablaba Hitchcock—.

La clave de este nuevo género no reside en la narrativa, sino en el establecimiento de un mundo subjetivo impregnado en cada aspecto del filme. Es imprescindible que el espectador sepa tanto como el protagonista, ya que debe haber una fusión de confundidas subjetividades entre ambos. Es por esto por lo que la narrativa pasa a un segundo plano: se produce una confusión potentísima entre las emociones y los sentimientos; un juego emocional que se queda a medio camino y que encierra al espectador en su propio caos de estímulos. Esta integración del espectador al mundo emocional de la película es denominada por Pisters como “empatía cinematográfica”.

El mundo subjetivo del neurothriller

Pisters afirma que los mejores ejemplos de neurothrillers son las películas que conforman la Trilogía de la Depresión (2009-2013) de Lars von Trier. En Melancolía (2011), el mundo está a punto de perecer: un gran asteroide se aproxima y los días de la raza humana acabarán en poco. Este es un claro ejemplo, ya que la narrativa, que en un principio parece lo más significativo —podríamos decir que su contrario sería No mires arriba (2021)—, queda eclipsada por el mundo subjetivo de la protagonista, Justine (Kirsten Dunst). Todo se reduce al ánimo depresivo del conjunto de la cinta. Para Pisters, todo se encuentra en las imágenes y en las sensaciones que transmiten.

“El acceso primario que tenemos como espectadores es a nivel de pura tristeza, algo que podemos sentir en los colores oscuros del decorado, en la cámara lenta de algunas escenas, que parecen haber perdido toda energía, y en el pesado movimiento de Justine, que apenas consigue caminar. Antes de que ningún acontecimiento de la historia explique nada, sentimos las emociones y la lucha entre la tristeza y el miedo como si estuviéramos dentro de la cabeza de von Trier.”

De igual forma, la doctora Iro Filippaki, en su ensayo Violence as Embodied Neoliberalism in the NeurothrillerLa violencia como neoliberalismo encarnado en el neurothriller— describe brevemente las características del género, poniendo de ejemplo la violencia inherente al cine de Yorgos Lanthimos, el cual desafía al espectador:

“Transmitiendo una atmósfera de intensidad violenta y de horror que, a pesar de la ausencia de gore, coloniza a los personajes e impregna su realidad”.

Ciertamente, el cine de Lanthimos se caracteriza por una escenificación estéril cargada de desolación y decadencia. El mejor ejemplo es el de Kinneta, pues su obtusa narrativa no impide que la atmósfera de ocaso, tan representativa de la crisis griega, consuma al espectador.

Son muchas las películas cuya narrativa se ve eclipsada por la propia atmósfera de la cinta —tal vez deberíamos considerar al neurothirller como un género transversal—. De hecho, no es casualidad que en la contemporaneidad, conocida por el individualismo y la soledad, surjan grupos sociales como los doomers, aficionados a las doomer movies, cintas cargadas de un sentimiento pesimista en la que un antihéroe, normalmente masculino, lucha contra algún mal relacionado con la corrupción política, la degeneración social, la contaminación, el avance descontrolado de la tecnología, la manipulación mediática y demás. Son notables los ejemplos de Drive (2011), El reverendo (2017), Lo que esconde Silver Lake (2018) y Naked (1993), entre otras. Ya se harán una idea.

Siempre se palpa una sensación trágica y nostálgica en estos filmes. Esta es una característica fundamental del “cine de la soledad contemporáneo”, pues en sus películas encontramos elementos estéticos que nos hacen conectar con su atmósfera emocional, como el granulado del formato análogo, el uso de colores, el uso de zooms, cámaras lentas, etc.

15 neurotrhillers imprescindibles

-Biutiful (Alejandro González Iñárritu, 2010)

-Christine (Antonio Campos, 2016)

-Eternal Sunshine of the Spotless Mind (Michel Gondry, 2004)

-Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999)

-Last Days (Gus Van Sant, 2005)

-Locke (Steven Knight, 2013)

-Los perros no llevan pantalones (J-P Valkeapää, 2019)

-Maborosi (Hirokazu Kore-eda, 1995)

-Manchester frente al mar (Kenneth Lonergan, 2016)

-Pulse (Kiyoshi Kurosawa, 2001)

-Red Road (Andrea Arnold, 2006)

-Shame (Steve McQueen, 2011)

-Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011)

-Under the Skin (Jonathan Glazer)

-Violet (Bas Devos, 2014)