Crítica de Travis Scott: Circus Maximus (2023): reseña y opinión

El otro videoclip de autor es Delresto (Echoes) con la colaboración de Beyonce, donde Travis Scott se sumerge en el sueño de Nicolas Winding Refn, quien aprovecha este vídeo para hacer un muestrario de los gustos en estos últimos años. Un viaje en un taxi por Copenhague a manos de un conductor dummy azul con el que el realizador danés homenajea una de las escenas de The Driver (1978) de Walter Hill, película que inspiró su obra maestra, Drive (2011). Y en la que además añade clips de películas de serie B de las que ha rescatado y compartido en su plataforma de streaming, sumando el cameos de sus hijas, como ya hiciera en Cowboy de Copenhague (2023).

Otros vídeos musicales serian Til Further Notice, rodada por Valdimar Jóhannsson en Islandia, con Travis luchando con un pulpo gigante en una caverna; Sirens, donde el artista se une a un casteller en la plaza de toros de Tarragona y Hyaena, dirigido por el director nigeriano Andrew Dosunmu, donde viaja a Nigeria en una caravana por el desierto.

Todo, como se comentó antes, se interpolan con charlas con Rick Rubin, algo insustanciales; lo más destacado de estas secuencias es que las vemos a través de un visor ovalado, como si estuviéramos espiándolos. Esto, sumado al estilo críptico y psicodélico de la cinta de Scott, con los textos en caracteres extraterrestres, hacen que sintamos que estamos viendo una película de otro planeta. Pero todo esto pierde su gracia cuando pasamos al recital, pues nos pasa de ser una antología visual a una película concierto.

Y la otra parte de este filme es el concierto. Grabado en Pompeya, Travis canta en un escenario en la arena del anfiteatro compuesto de un muro de altavoces sin público, él solo y sus invitados cantando ante la cámara frente a las masas de los videoclips. Lo más destacado de esta sección, dirigida por Harmony Korine, director de Gummo (1997), es cómo muestra el artificio detrás de su concierto. Mostrando la tramoya, apareciendo por momentos la grúa, máquinas de humo e incluso en los planos aéreos el campamento base.

Todo mientras es iluminado por un dron con un foco. El concierto se intercala, por un lado con cameos como el de Yung Lean, e imágenes crípticas como una multitud en las gradas, una bailarina con parche llegando a la arena o animadoras. Sucesión de imágenes potentes con el que llamar la atención del espectador, como los diferentes tipos de planos que se toman de las ruinas romanas, con imágenes fugaces que se quedan grabadas en la mente del espectador y que aligeran la sucesión de canciones.

En conclusión, Circus Maximus queda como un compendio de videoclips + una actuación más que una película. Una muestra de la vanidad y el poderío de Travis Scott, que nos enseña lo rico y poderoso que es porque toca en Pompeya y contrata a Gaspar Noé para hacerle videoclips, y que sinceramente, podría haberse ahorrado y habernos dejado una serie de videoclips simplemente.