Un manejo de luz que acaba ofreciendo unos planos barrocos y naturalistas, para luego terminar siendo algo más clasicista en su estética. En cuanto al sonido se refiere, podemos escuchar casi hasta el latir de los protagonistas, al tratarse de una película que le da un gran protagonismo a los silencios y a la pura contemplación sensorial.

Sin embargo y aunque sea una baza clara a su favor su atractiva atmósfera, la película llega a entusiasmar ante todo por su profunda y brillante narrativa. Algunos la catalogan como un puzle indescifrable, pero creo que el desconocimiento la necesidad de una explicación del sentido de la cinta, viene más dada por la grotesca y estridente historia que plantea guion; algo totalmente comprensible. Empezar viendo a una niña con dientes de hielo, no es la mejor manera de vender una historia a alguien, pero tengo claro que la película no solo pretende ser audaz y diferente en su forma, sino que también tiene una profundidad y belleza narrativa en lo que se refiere a su contenido. 

Una metáfora tétrica sobre cómo lidiamos con el dolor que acarrean nuestros fantasmas del pasado, exprimiéndolo y proyectándolo con una violencia física y psicológica brutal. Pese a que la niña parezca ser la protagonista a priori, el protagonista verdadero de la historia es el cuidador que está a cargo de ella. Un hombre sobrepasado por la soledad y por una figura de su pasado, que acaba alimentándose del dolor ajeno para subsistir. Somete y actúa sin ningún atisbo de empatía hacia los demás, porque es en ese dolor propio donde es incapaz de ver más allá. Una alegoría maravillosa y en mi opinión acertada, de cómo a veces intentamos destruir y pasar por encima de los demás, con el fin de podernos sentir mejor con nosotros mismos.