Crítica de Disco Boy (2023): reseña y opinión de la película
Giacomo Abbruzzese sorprende con una ópera prima intensa y electrizante
Puntuación ✪ (4/5)
Crítica de Juan Pablo Bargueño (@ratacablona)
Se suele mencionar, aunque son pocas las palabras que le han sido dedicadas. Porque cuando se habla de cine prima la imagen —¡nos ha fastidiado! — y no el sonido. Deben de andarse con mucho cuidado los que tiran por lo técnico y le dan valor a sus sentidos, pues los que han desarrollado su ojo entrometido no les van a pasar ni una. Quedan avisados.
Esta es la vida del monje que, como buen academicista, encuentra placer en silenciar el filme y desgranar cada aspecto de este a través de las imágenes. Hay un gran poder en este devoto ejercicio. “Entrenar el ojo”, como diría Martin Scorsese. Sin embargo, el sonido, diegético o extradiegético, conforma un aspecto muy interesante del lenguaje audiovisual. En concreto, la música electrónica, que no es un invento actual, pero que sí ha venido representando, y cada vez con más frecuencia, un estado decadente de la identidad del nuevo milenio, resulta un objeto verdaderamente atrayente.
Este género asociado al mundo de la fiesta conjuga a la perfección con el imaginario del cine nacido en el postmodernismo. Prueba de ello son Millennium Mambo (2001), Trainspotting (1996), Retorno a Seúl (2022), Los perros no llevan pantalones (2019), Climax (2018) e infinitos ejemplos más que le hacen a uno pensar que la mejor compañía para las imágenes es la música electrónica. Y, por su puesto, cada año salen a la luz nuevas cintas que confirman esta afirmación. Así ha sido el caso de Disco Boy (2023), película dirigida por Giacomo Abbruzzese y protagonizada por el ya conocido Franz Rogowski —este año también hemos podido verle en Passages de Ira Sachs—.

Póster de la cinta
Disco Boy, que llega a España el próximo 27 de diciembre, cuenta la historia de Alexei (Franz Rogowski), un hombre que viaja a través de Europa de forma ilegal hasta llegar a París, donde se alista en la Legión Extranjera. Su vida militar le conectará con Jomo (Morr N’Diaye) y Udoka (Laetitia Ky), dos hermanos apasionados por el baile que viven una vida en conflicto con las compañías petroleras en Níger.
Adiós al canon
Aparentemente, el comienzo de Disco Boy tropieza en construir una base narrativa estable. Los primeros minutos se sienten como pequeños sucesos oportunos que obligan a Alexei a llegar a París. Por su puesto, es necesario desprenderse de toda concepción clásica de la narrativa porque la cinta no busca ser canónica.
Ese principio tan banal acaba revelando la idiosincrasia visceral de la película. Esta es su virtud, pues lo que quiere contar no se puede encontrar en un desarrollo continuo y coherente de los hechos. Es necesario narrar lo ocurrido desde el mundo subjetivo del protagonista, Alexei. Su aspecto y comportamiento, característicos de Europa del este, enmascaran, bajo una penetrable frialdad, un mundo intenso e imaginativo. Encontramos culpa y amor en sus acciones; duda y desconsuelo en sus pensamientos, pero, sobre todo, y aunque lo niegue el protagonista, miedo.
Este mundo subjetivo se erige en lo onírico, estableciendo finas barreras entre lo real y lo soñado. Todo ello gracias a un sorprendente trabajo en dirección y fotografía por parte de Abbruzzese —esta es su ópera prima— y Hélène Louvart respectivamente, donde es inevitable descubrir trazas de la última etapa del imaginario ‘refniano’, como en The Neon Demon (2016), Demasiado viejo para morir joven (2019) o Cowboy de Copenhague (2023): planos generales que se cierran poco a poco por un zoom in, juegos de luces con purpurina y abalorios, neones y gran simetría en sus planos.
Tráiler de Disco Boy (2023)
Pero el italiano no se estanca en la citación, en la que también podríamos mencionar a Claire Dennis y su Beau travail (1999), sino que explora formas que parecían obsoletas, con las que confirma la naturaleza mística del filme, como el apabullante uso de la visión térmica —recuerdos de Predator (1987)—.
“El horror, el horror…”
El Kurtz que escribió Joseph Conrad y el coronel Kurtz que escribió Francis Ford Coppola junto a John Milius, se quedaron cortos con aquello del “horror”. Y si algo tienen en común ambos personajes —que son, y a la vez no, la misma persona— es que son representativos del espanto del colonialismo. En 1899 fueron los zoológicos humanos y la esclavitud —entre otras muchas cosas—; de 1955 a 1975 fue la matanza indiscriminada en Vietnam, y ahora, en nuestros días, la explotación de petróleo y la destrucción de los ecosistemas. Pero Disco Boy, a diferencia de Heart of Darkness o Apocalypse Now, no tiene su Kurtz; es decir, no hay nadie que nos recuerde qué es el horror, pues nos encontramos en un punto de no retorno.
Tal vez quede en desuso la categoría ‘ciencia ficción’ porque es posible que ese futuro cercano lo haya dejado de ser. Al menos así lo muestran las impactantes imágenes de la cinta, en la que queda palpada la destrucción del hombre. Si bien este es uno de los temas principales, resulta intrigante la forma en la que ambos mundos, el urbano de París y el natural del delta de Níger, confluyen en una relación distópica donde se subraya la pérdida de la identidad humana. El ser humano, una vez más, separándose de su condición natural y refugiándose en su propia soledad.
La expresión primaria
Al ser solo le queda una oportunidad para no echarse a perder. Aquí la respuesta está en la música electrónica, concretamente en la del dj Vitalic. La banda sonora de Disco Boy apela a la expresión primaria; a lo primitivo. Si al principio comentaba que el filme no respondía al canon era porque, realmente, no se puede sacar una historia de aquí, sino una sensación. La cinta no quiere que el espectador se acomode en la butaca y acabe trastocado por el drama, sino que quede hipnotizado por un hechizo antiguo.
La música de la discoteca de París es capaz de acabar con el autodestructivo mundo subjetivo de Alexei, desarmando la narrativa y acentuando la ambigüedad del relato. No hay intención de darle al espectador la responsabilidad de interpretar lo real o lo onírico. Lo único que debe hacer es dejarse llevar y encontrar esa profunda emoción que nos conecta a todos por igual.
Conclusión
Todo un año lleno de mediocridades para que llegue diciembre y, como de costumbre, nos metan la cuchara hasta la garganta. Esto es lo malo: películas grandiosas como Disco Boy pasarán desapercibido. Pero si son de los que van a contracorriente porque son tercos a más no poder, y se deciden por esta cinta, encontrarán un espectáculo cinematográfico único en lo que llevamos de 2023 —y eso que ya se va a acabar—. Son 91 minutos que se hacen cortos y que quedan grabados para siempre en la mente.
Ficha técnica:
Disco Boy (2023)
- Francia
- Duración 91 min.
- Dirección: Giacomo Abbruzzese
- Guion: Giacomo Abbruzzese
- Música: Vitalic
- Dirección de fotografía: Hélène Louvart
- Productora: Donten & Lacroix Films, Dugong Films, Films Grand Huit, DIVISION, Panache Productions. Distribuidora: Adso Films
- Género: Drama